La semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. Al leer el Evangelio de este domingo no he podido evitar acordarme de profesores, maestros, catequistas, padres... Y ahora sabréis por qué.
Hoy el Evangelio nos recuerda nuestra misión de sembradores. Y cuando hablamos de sembrar, de semilla, estamos hablando de vida. Jesús deposita su confianza en nosotros para que también seamos capaces de dar vida allí donde vayamos, de ofrecer salud, vida, sanación, curación... Evitemos ser fuente de contaminación, de ambientes tóxicos, de generadores de pesimismo...
Y nuestra misión es la de sembradores, no la de cosechar. ¡De eso ya se encargará Dios! A veces queremos resultados prontos, y aún no nos hemos enterado de que todo esto es obra y regalo de Dios, que no es obra nuestra. A nosotros, como hicieron un día con nosotros tambén, nos toca sembrar. Y eso requiere paciencia. Y es que a veces la tierra donde nos toca sembrar no es la más apropiada para la siembra, hay que moverla, ararla, regarla, quitarle piedras, hierbajos... No se trata de echar la semilla allí donde pillemos. Paciencia...
Y cuando hablamos de siembra hablamos de lo pequeño. ¡Cómo de algo tan pequeño puede salir algo tan grande y algo tan bonito! Sólo Dios es capaz de eso: de lo pequeño saca lo más grande, de lo que para nosotros parece insignificante, él lo vuelve valioso, de nuestras debilidades Él nos hace fuerte... Todavía me acuerdo el relato que me contaba mi hermana mayor de cuando era pequeña y le preguntaba a mi abuelo de dónde había sacado ese pino tan grande que había en el patio de la casa de mis abuelos. Y él decía que no lo había sacado de ningún sitio, que todo había surgido de una pequeña semilla, de un pequeño piñón. Ante la incredulidad de mi hermana, mi abuelo se la llevó hasta una de las calles anchas del pueblo y sembró con ella un piñón... que tras casi 40 años se ha convertido en un gran pino y que es parte de la historia y entorno del pueblo de mis abuelos.
Lectura del santo evangelio según Marcos 4, 26-34
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: "El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega."
Dijo también: "¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas." Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.